La alarma sonando por tercera vez, ya pasaron 25 minutos de la hora prevista para levantarme y salir a correr, no siento que llueva, aunque el viento mueve los arboles de la calle Gaboto. Es ahora, me levanto ya, o será otro día más en la semana que sigo de largo y postergo mi puesta a punto con el entrenamiento.
Soy bastante cuidadoso, la semana anterior opté por no correr la Transierras sabiendo que si lo hacía, eran más las probabilidades de perderme, pinchar tres veces, romper el inflador y fundirme físicamente que de terminar en tiempo tan linda carrera. De todos modos fui a dar el apoyo que se merecen los compañeros de equipo, que si se atreven a estas aventuras. Por supuesto que hice lo que siempre hago, sacar fotos, y vagar durante 6 horas por las sierras de Minas. Volví a casa tan cansado como si hubiera corrido.
Luego de varios días intentando que las ganas se pusieran de acuerdo con el despertador, por fin logré correr el acolchado y poner los pies en el suelo. En una esquina del cuarto me esperaban mis championes y la ropa pronta para mi sesión de entrenamiento matutina, me puse de pie, y en un par de minutos me di cuenta que este sería otro día sin entrenar.
Abro los ojos, entre las cortinas blancas veo que el reloj marca las 4 de la tarde, hace hora y media que me dormí, me duele un poco el brazo por culpa de la vía intravenosa que me colocaron ya hace 7 horas, el suero gotea lentamente.
Ya sin sentir dolor, repaso las primeras horas de la mañana, fue solo levantarme para que empezara a sentir una molestia en los riñones, molestia que cada vez se hizo más fuerte y abarco toda mi espalda, camine de un lado a otro, me volví a acostar, me volví a parar, sin encontrar acomodo el dolor se fue transformando rápidamente en algo insoportable.
Ya había escuchado comentarios y hasta visto personas sufriendo de cálculos renales, sabía que si era eso lo que me estaba pasando no lo iba a poder solucionar solo. Con la poca fuerza que me quedaba para hablar llamé un taxi y me senté en la puerta a esperarlo, no puedo estar sentado y me paro, no puedo estar parado y camino en círculos, una señora desde el edificio de enfrente me mira extrañada, como demora el taxi.
Cuando llega el coche, me tiro en al asiento trasero y solo le digo el destino, el viaje también se hizo largo, aunque creo que el tachero se esmeró en demorar poco, al llegar a la emergencia de Casa de Galicia me arrastré, le tiré la cedula al recepcionista y apoyé mi cabeza en el mostrador, ya me dolía hasta el hablar.
No se cual era mi estado en ese momento, pero evidentemente daba lástima, me atendieron enseguida, noté que las pocas personas que estaban siendo atendidas me miraban con cara de susto, mientras yo estaba tirado en un sillón quejándome ruidosamente.
El calmante tardo unos 30 minutos en actuar, mientras hacía fuerza para aguantar un poco más, pensaba en como soportamos el dolor cuando corremos, pero esto era bastante más difícil.
Aunque dormí un par de horas, me siento como si hubiera corrido una maratón, o una media por lo menos. No quiero ni mirarme al espejo, tengo miedo de asustarme.
Y más miedo de que el dolor vuelva a aparecer.
Lo ideal es terminar de escribir esta crónica y volver a acostarme, por unos días no me voy a preocupar de entrenar.