El regreso a casa es tranquilo, las calles vacías, la oscuridad cómplice de algún foco dañado obliga a mirar la luna que alumbra y suple la luz necesaria para no equivocar el camino.
La petaca de whisky prestada ayuda a darle compañía a los últimos pasos antes de llegar al refugio de mi soledad.
Ya van años de este modo de vida, con largas noches entre amigos, con tiempo para disparar mi cámara en los momentos y los lugares que quiero. Nada es gratis, he tenido que renunciar a cosas muy valiosas como el tiempo con mis hijos, pero ellos se han adaptado y pese a mi dolor, yo también. Hoy la calidad del tiempo compartido es inversamente proporcional a las horas invertidas para estar con ellos y eso nos ha ayudado a crecer juntos.
Llego, el escritorio me espera y mi PC se enciende, reflejo automático de mi necesidad de escribir lo que siento. No importa la hora, no importa el día ni el lugar, estoy aquí…. vivo..... con el cuerpo fresco, con energía para superar lo que se interponga por delante, estoy entrenado para lo que venga.
Sean 10, 21 o 42 kilómetros, mi alma esta pronta, son 36 años de entrenamiento, con buenas y malas experiencias.
Fui rico, fui pobre, tuve amigos y me sentí en soledad, perdí mi creatividad y la recuperé sin darme cuenta. Comí en las mejores mesas y también sentado en la vereda, supe de la incertidumbre de no tener un peso para alimentar a mis hijos y viví la tranquilidad de verlos crecer rodeados de amor.
La vida es eso, hoy tengo lo que lo ayer me faltó y lo que mañana seguramente me falte otra vez. Un ir y venir, un subir y bajar, si todo fuera en línea recta nada tendría sentido.
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