Domingo de elecciones, domingo sin carrera, que alivio… Un poco de descanso.
La televisión infumable, los tres canales privados informando una y otra, y otra, y otra vez lo mismo durante 14 horas, informes desde un circuito a otro con periodistas debutantes, periodistas veteranos y periodistas deportivos, periodistas sin nada nuevo que decir. Seguro que si organizamos una carrera a las 3 de la tarde del 29 de noviembre se consigue la atención de todos los canales televisivos que se desviven por llenar transmisiones gigantes con absolutamente nada.
Domingo de elecciones con sol radiante para pasear por la rambla, no para correr ya que es demasiada la gente caminando, hago varios kilómetros en la bicicleta, saco algunas fotos, como una torta frita y cerca del cierre de las mesas de votación vuelvo a casa. No puedo perderme las peleas entre periodistas por transmitir la apertura del primer sobre, las tácticas y los sobornos utilizados son dignos de una película clase B, más lamentable el relato futbolero para describirlo.
Domingo, fin de la veda, en canal 4 hace minutos que desapareció el reloj de la pantalla, en los tres canales los directores de las encuestadoras dicen casi lo mismo sobre lo que todos queremos saber: “no se sabe”. Aldo Silva de forma patética se desespera por algún dato más. El sordo arriesga un resultado sobre uno de los plebiscitos y mete la pata. Unos minutos después Botinelli asegura que habrá segunda vuelta y ya todo pierde la gracia.
Todo un domingo esperando ese instante, ese anuncio que hubiera podido ser el comienzo de largos festejos para una gran mayoría, pero cosa rara, fue al revés.
El tercero festeja como nunca su segunda peor votación de la historia, los primeros afirman que están felices pero olvidan decírselo a sus propias caras, el segundo respira aliviado, y también festeja. Aún no entiendo porque los festejos se dieron en intensidad inversa a los resultados de cada partido.
Poco quedaba para ver, el apoyo de un candidato a otro era algo ya conocido, el reboleo de bandera de Hugo y el “feliz cumpleaños” con música de Las Ardillitas para Jorgito muy bizarro.
Domingo a la noche, Plaza Matriz, frente a la sede del Directorio del Partido Nacional, los militantes blancos aplauden porque la ley de impunidad no ha sido anulada. No los entiendo y creo que ellos tampoco deben entender mucho. Se puede estar de acuerdo o no, se puede haber votado o no, la decisión de cada uno siempre es respetable ,pero hay cosas y temas muy delicados que aún causan dolor en mucha gente, que no se pueden festejar, es un tema de respeto y de valores.
Ese festejo despreció a los muertos, pero mucho más despreció a los vivos, a los familiares, a los hijos de los muertos, desaparecidos y torturados.
La trasmisión televisiva termina sin muchas novedades, y le da paso a los pastores y al telechat. Me acuesto temprano, el acto eleccionario no cambió mi vida ni la va a cambiar el próximo, ya es lunes, vuelta al trabajo, a correr por la rambla con menos gente, a descansar por unos días de la campaña política. Durante la semana ya se verá en los informativos interesantes análisis del contenido de los votos anulados, desde salame, preservativos con o sin uso, fotos varias, billetes, cartas y un lápiz táctil de un celular, quien lo perdió ya sabe dónde buscarlo, como la señora que voto a Pedro y al SI rosado y dejo la cédula junto con el voto.
En exactamente un mes volveré a estar prendido a la tele, para escuchar puntualmente a las 20 30, al primer encuestador que pueda afirmar sin equivocarse, quién nos dirá ese mismo día: “¡Festejen uruguayos, festejen!”
La televisión infumable, los tres canales privados informando una y otra, y otra, y otra vez lo mismo durante 14 horas, informes desde un circuito a otro con periodistas debutantes, periodistas veteranos y periodistas deportivos, periodistas sin nada nuevo que decir. Seguro que si organizamos una carrera a las 3 de la tarde del 29 de noviembre se consigue la atención de todos los canales televisivos que se desviven por llenar transmisiones gigantes con absolutamente nada.
Domingo de elecciones con sol radiante para pasear por la rambla, no para correr ya que es demasiada la gente caminando, hago varios kilómetros en la bicicleta, saco algunas fotos, como una torta frita y cerca del cierre de las mesas de votación vuelvo a casa. No puedo perderme las peleas entre periodistas por transmitir la apertura del primer sobre, las tácticas y los sobornos utilizados son dignos de una película clase B, más lamentable el relato futbolero para describirlo.
Domingo, fin de la veda, en canal 4 hace minutos que desapareció el reloj de la pantalla, en los tres canales los directores de las encuestadoras dicen casi lo mismo sobre lo que todos queremos saber: “no se sabe”. Aldo Silva de forma patética se desespera por algún dato más. El sordo arriesga un resultado sobre uno de los plebiscitos y mete la pata. Unos minutos después Botinelli asegura que habrá segunda vuelta y ya todo pierde la gracia.
Todo un domingo esperando ese instante, ese anuncio que hubiera podido ser el comienzo de largos festejos para una gran mayoría, pero cosa rara, fue al revés.
El tercero festeja como nunca su segunda peor votación de la historia, los primeros afirman que están felices pero olvidan decírselo a sus propias caras, el segundo respira aliviado, y también festeja. Aún no entiendo porque los festejos se dieron en intensidad inversa a los resultados de cada partido.
Poco quedaba para ver, el apoyo de un candidato a otro era algo ya conocido, el reboleo de bandera de Hugo y el “feliz cumpleaños” con música de Las Ardillitas para Jorgito muy bizarro.
Domingo a la noche, Plaza Matriz, frente a la sede del Directorio del Partido Nacional, los militantes blancos aplauden porque la ley de impunidad no ha sido anulada. No los entiendo y creo que ellos tampoco deben entender mucho. Se puede estar de acuerdo o no, se puede haber votado o no, la decisión de cada uno siempre es respetable ,pero hay cosas y temas muy delicados que aún causan dolor en mucha gente, que no se pueden festejar, es un tema de respeto y de valores.
Ese festejo despreció a los muertos, pero mucho más despreció a los vivos, a los familiares, a los hijos de los muertos, desaparecidos y torturados.
La trasmisión televisiva termina sin muchas novedades, y le da paso a los pastores y al telechat. Me acuesto temprano, el acto eleccionario no cambió mi vida ni la va a cambiar el próximo, ya es lunes, vuelta al trabajo, a correr por la rambla con menos gente, a descansar por unos días de la campaña política. Durante la semana ya se verá en los informativos interesantes análisis del contenido de los votos anulados, desde salame, preservativos con o sin uso, fotos varias, billetes, cartas y un lápiz táctil de un celular, quien lo perdió ya sabe dónde buscarlo, como la señora que voto a Pedro y al SI rosado y dejo la cédula junto con el voto.
En exactamente un mes volveré a estar prendido a la tele, para escuchar puntualmente a las 20 30, al primer encuestador que pueda afirmar sin equivocarse, quién nos dirá ese mismo día: “¡Festejen uruguayos, festejen!”
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