Nochecita de calor, desanudo mi corbata, hoy una campera roja no tiene utilidad, de todos modos me convierto en torero, dos toros muy risueños me persiguen, sus dedos en la cabeza me señalan tal cual cuernos amenazantes; con suma elegancia los esquivo, una, dos veces y me dejo embestir.
Corremos, jugamos a la “atrapada” (en mi época era “la mancha”, pero no me voy a poner a cuestionar a mis contrincantes), no los puedo alcanzar, ni ellos a mí, escucho sus risas, sus ojitos brillan, hacía tiempo que no jugábamos los tres, y había olvidado cómo puede llenarte de energía ese sonido, esas miradas felices.
Me reencuentro con mis hijos luego de varios días, no es mucho el tiempo para compartir, nunca es suficiente, es poco para ellos, y es poco para mí. Igual lo disfrutamos al máximo, sabiendo que, como dice Kesman: “¡es lo que hay valor!”
La noche anterior también estuvo muy agradable, corrí tranquilo por la rambla, un poco tarde, sin exigencias, y sin mirar el reloj. A pesar de estar a una hora y poco de empezar un nuevo día, me cruzo con varios conocidos, un par de Halcones, un gauchito legendario, y el que corrió la Nike con camiseta celeste y se distingue en todas las fotos.
Llego a casa, leo la crónica de Fernando, la vuelvo a leer, y le escribo un mail agradeciéndole ese cable a tierra, ese bajar por unos segundos a la realidad que nos rodea y que no queremos ver por estar tan metidos en nuestros “problemas”.
Todos necesitamos un cable a tierra, nosotros lo buscamos corriendo, aunque parece que no nos alcanzara con usar nuestras energías gastando championes por la rambla, por el prado, por cualquier avenida de Montevideo o cualquier ruta o camino vecinal del interior. A veces necesitamos un golpe un poquito más bajo, algo que con su dureza nos haga valorar aquellas cosas realmente importantes que tiene la vida.
Todos pasamos por momentos jodidos (si no te pasó, lamento decirte que ya te va a tocar), es algo natural, son esas subidas y bajadas de la vida que mencionaba el Tío Alpino hace unos meses, y que los que vamos agregando años de experiencia en nuestro currículum aprendemos a llevar(o sobrellevar)
Personalmente estas últimas semanas no han sido muy buenas, mis compañeros de trabajo, que me ven la cara todos los días, lo están sufriendo. Algunas personas de las que me quieren también, desde aquí les pido disculpas, pero cuando uno anda así de lo que menos tiene ganas es de andar dando explicaciones. Pero no es para preocuparse, ni siquiera yo lo hago, siempre hay momentos, lecturas y personas que te motivan a seguir buscando esa bajada que viene después de una subida interminable.
Jueves de mañana, los más ansiosos del grupo parten hacia una nueva aventura, el “Capi” y “Dulce de Leche” se van a correr a Villa La Angostura, deben subir al bus de las 8, quedé con ellos que los iba a despedir. No suelo ser puntual, me cuesta mucho levantarme, pero como si fuera una carrera importante, suena el despertador 6:30 y me levanto. Una hora después estoy cerrando la puerta de casa y suena mi celular, mis “amigos” dicen que ya están subiendo al ómnibus, aunque pueden hacerlo en uno que parte a las 8, lo están haciendo en ese momento, entiendo la típica ansiedad que los caracteriza y los despido y deseo suerte por teléfono.
Llego una hora temprano a trabajar, mientras tomo un café y vuelvo a leer la crónica de Nando, mi hijo me llama para que le explique cómo prender el DVD poder ver Kung Fu Panda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario