Damos un paso, después otro, sin darnos cuenta estamos caminando, y después corriendo; nos fijamos metas y las cumplimos; y luego nos fijamos otras más difíciles.
Corremos 10 kilómetros, después 21, después 42, y algunos pocos siguen superando distancias más lejanas. ¿Cuándo parar?
No sé si es sano, los extremos siempre son malos.
Quienes corren 12, 24, 48 horas o más, merecen todo mi respeto, aunque no los entienda.
Respeto su fuerza de voluntad, su capacidad de fijarse metas, y sobre todo de cumplirlas.
Quedan horas para el amanecer y un pequeño grupo de corredores siguen dando vueltas por un oscuro parque montevideano sumando ya más de 60 kilómetros. Alguno duerme y descansa dentro de su saco de dormir en un duro banco, otros se alimentan con carbohidratos y extrañas recetas caseras, otros alternan el trote con caminatas, algunos acompañan y cuentan las vueltas, y yo saco alguna foto mientras me pregunto que hago ahí a las tres de la mañana.
Cada loco con su tema.
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