Correr más de 10K el sábado en Las Piedras, y al otro día casi 18K en las Sierras, (que paradoja, también entre “las piedras”), me dejo bastante cansado.
El sábado a pesar del calor y de los planes de “no matarme” para cuidar mi rendimiento en la Salomon, hice una carrera a mi ritmo normal, hice los tiempos de siempre y me cansé como siempre.
Tenía pocas horas para descansar y al gobierno se le ocurrió justo adelantar la hora ese fin de semana, por consiguiente una hora menos de descanso en una noche de esas que no se puede descansar bien por la ansiedad.
A diferencia de lo que pasa entre semana, el domingo me despierto en hora y emprendo el viaje, entre adolescentes “resaqueados” luego de una noche de baile tomo el ómnibus para llegar al punto de encuentro con los compañeros de equipo y partir rumbo a Minas en un corto viaje; se que él chofer es muy respetuoso de las normas de tránsito pero igual no me sorprende en un momento del viaje, ver que la aguja del tablero marca 160Km/h, todos queríamos llegar a tiempo.
Al llegar ya estaba cansado, más cuando tuve que caminar más de 1K desde el estacionamiento hasta la largada en dos oportunidades. Por suerte la organización, en algo muy extraño para lo que nos tiene acostumbrados estaba un poco atrasada, pero no lo suficiente para descansar un poquito más.
A los 2 Km de la carrera, mi champión queda preso del barro, me detengo para recuperarlo y volverme a calzar, cuando intento volver a correr, algo me impide mover las piernas al ritmo que quisiera, no habíamos llegado al kilómetro tres y ya estaba caminando un poco.
Más de la mitad de la carrera en subida, y el final escalando una pared de 200 metros, fueron suficientes para fundirme, a 50 mts de cruzar la meta, siento las dos piernas acalambradas, no puedo caminar justo en ese momento, soporto el dolor como puedo y llego para tirarme del otro lado del arco. El señor de la Cruz Roja trata de estirar mis agarrotados músculos y Pablo Lapaz me hace masajes con Ratisalil.
Solo queda la caminata hasta el estacionamiento y la vuelta a casa.
Llego a Montevideo, me castigo con una napolitana y una cerveza bien fría, duermo una larga siesta. Se termina el fin de semana.
El resto de la semana, la pasé cansado, como siempre sin entrenar, durmiendo mal y alimentandome peor. Deseando que llegue el viernes para descansar un poco.
Llega el jueves, reunión muy emotiva de capitanes en la AAU, debido al nombre con que se designa la etapa del Cerrito (Edison Pellejero), el presidente se emociona ante la noticia y el cerrado aplauso.
Pese al cansancio acumulado, una frase escuchada en la reunión ronda en mi cabeza, se hablaba de la fiesta cuando una integrante de la agrupación insta a los socios a que en la fiesta demuestren sus dotes de baile diciendo: “ El baile es la expresión vertical de un deseo horizontal”.
Estoy a tres cuadras de una conocida milonga donde en ocasiones paso música, luego de tan acertado análisis sobre el baile, porque no ir a tomar algo y escuchar (ya que no bailo) algunos tangos.
Como todas las semanas, llego un poco tarde a casa para escribir la crónica, esta vez decido sentarme en la cama para hacerlo. Grave error.
La botella de Cabernet Suavignon que tomé con mis amigos, se transforma en la culpable de que no pasen más de 5 minutos antes de estar dormido.
Llega el viernes, el sol se mete entre la ventana, tengo que llegar a tiempo al trabajo, pero no puedo dejar de escribir la crónica, hoy sale sin pensar demasiado, es como toda carrera, es como la vida misma, es una cuestión de tiempos, es una crónica contra reloj.
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