Domingo a la tarde, estoy en el cine junto a mi hija, pasaron solo 3 horas desde que terminó una nueva carrera, no tuve tiempo de almorzar, solo de bañarme y salir volando a buscarla para llegar a la función en hora, la película dura 170 minutos, almuerzo pop y coca cola, cabeceo varias veces, mis piernas no encuentran acomodo y siento el cansancio, pero esta tarde el tiempo es para ella.
Y para mí junto a ella.
Luego el largo regreso a su casa, la charla cotidiana sobre el colegio, sus amigas, la película; charla poco profunda en contenido pero tan necesaria para sentirnos unidos; no le hablé de carreras, de tiempos ni de entrenamientos. No creo que le interesen mis promedios y cuantos puntos de ventaja me lleva algún compañero.
La tarde es de ella.
Solo por pelearme, y aún sabiendo mi respuesta, me pide volver en taxi, le explico las ventajas del boleto 2 horas y el beneficio de no pagar boleto por su edad. No la convenzo, pero el ómnibus llega antes de que me siga peleando.
El fin de semana termina, hago el esfuerzo de terminar de leer un buen libro que empecé el viernes, pero los ojos se me cierran. Será mañana.
Lunes regenerativo por la rambla, más que trotar caminé, 7K en 40 minutos, un verdadero paseo. Termino el libro.
La semana transcurre con el objetivo de descansar y entrenar. Me levanto temprano, llego y me voy en hora del trabajo, corro por la rambla un par de veces en horarios normales para un buen deportista, y me alimento de una forma casi, casi sana. Hasta cometo la locura de cocinar.
No es que me preocupe que mi principal contrincante en la tabla de la AAU ya me haya sacado 10 puntos de ventaja, cuando hace un año yo llegaba a la meta 10 minutos antes que él, no, eso ya lo dije, no me interesa.
No es que la próxima carrera debamos subir el cerro, y aún recuerdo el año anterior, cuando por haberme acostado el mismo día a las 4 de la mañana camine un poquito sin que nadie lo notara, hace un año era un desconocido atleta libre, hoy debo cuidar mis apariencias.
A veces es necesario dejar de lado la competencia, sobre todo cuando uno ya no puede ganarle a nadie. Aunque siempre es difícil dejar de sentir la obligación de hacer algo por mantener los tiempos, de por lo menos una o dos veces por semana salir a correr y convencerse de que estamos entrenando, aunque después comamos y tomemos cualquier cosa.
Jueves, final del día, casi el final de la semana, subo al ómnibus esperando conseguir asiento para comenzar a leer una novela que me han prestado. En la radio del 130 se escuchan temas lentos de los 80, mientras espero para sacar el boleto relojeo el pasillo y solo quedan un par de lugares libres, hoy tengo suerte y viajo sentado. La señora del asiento contiguo tiene los mismos planes que yo, y también se hace de un libro para acompañar el viaje de 45 minutos. La luz del bondi no ayuda a leer, todos los tubos son azules y entre la música y la luz negra parece que viajamos en una discoteca, lo comento con mi vecina de asiento, nos reímos un poco, me dice que esa luz no sirve para nada, y le contesto que para bailar seguro que sí. Se ríe otra vez, y empieza a leer.
Semana prolija esta, por lo menos al principio, aún me quedan viernes y sábado para trasnochar.
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