Esta crónica podría hablar de la nostalgia, y de esa moda de los últimos años de usar el feriado del 25 de agosto para organizar fiestas de todo tipo, color y tamaño (y precio por supuesto) para que los que casi nunca salen puedan tener una escusa para comprar ropa interior, ir a la peluquería y hasta pasar la noche en un hotel de alta rotatividad. Digo yo, ¿esto lo hacen solo una vez al año?, que aburrido ¿no?
Los veteranos y los no tan veteranos salena bailar o cenar, se escuchan durante semanas los mismos temas musicales, los informativos hacen los mismos informes que años anteriores y volvemos a ver la cara de Berch Rupenian, Henry Mullins y Pablo Lecueder en la televisión.
Ya nadie se acuerda lo que paso en el año 1825, y el informe sobre el acto en la Piedra Alta de Florida, ocupa un lugar secundario en los medios de prensa.
Para mí y un montón de gente es la oportunidad de hacer unos pesos, así que no me voy a quejar demasiado.
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Esta crónica podría hablar de las actitudes de algunos organismos oficiales, que dejan de pensar en lo que es mejor para los corredores, y deciden en función de sus intereses particulares, o de sus diferencias con otras personas.
Parece cuento, pero no lo es, ¿o debería decir “parece joda”?
Soy un convencido de que no existe ser humano, que no mantenga cierto grado de locura en su proceder diario, se podría decir que la locura ya es parte de lo normal.
Los que corren están locos, los que no corren están locos, y por lo visto los que pretenden organizar a los que corren, no corren, por ende también están locos.
Ósea, es normal que estemos todos locos.
En este país lo único que importa es defender tu propia chacrita, nadie le da bola a nadie, y al final nos terminamos perjudicando todos.
Si Ramoncito organiza una fiesta el domingo, Josecito se enoja porque el otro es más popular y se va a llevar todas las minas, entonces le pide a Daniel, el hijo del bancario que tiene una linda casita en la rambla que organice un asado el mismo día. Cuando Daniel manda las invitaciones, se entera Ramoncito.
Ramoncito se enoja con Daniel, Daniel con Josecito porque no le dijo nada, y Josecito con Ramoncito por armar lío.
¿Y quiénes se joden? Los invitados que tienen que elegir entre la fiesta y el asado cuando les gustaría ir a los dos lados.
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Pero esta crónica es para otra persona.
Es para vos que nunca me leíste y que ni siquiera supiste que corría 10 kilómetros en 47 minutos. No se si me llegarías a entender si te lo explicaba, ni siquiera si me creerías que hay unos cuantos que leen lo que escribo.
Nunca me contaste un cuento antes de dormir, no hacías ricas tortas y hasta podría decir que no recuerdo muchos abrazos, pero es algo que no puedo asegurar. A tu modo nos contuviste en nuestros primeros años.
Aún recuerdo cuando a mis 6 años, ataste un cordón de mis zapatos y me dijiste: “el otro lo atas vos”, y te fuiste dejándome solo y pensando porque hacías eso. Por supuesto que me esforcé y lo até, y desde ese día siempre los he atado solo.
Recuerdo las veces que te acompañaba a vender ropa usada a la feria, cuando hacíamos largas colas en la caja de jubilaciones, y hasta tus incomibles tortas fritas.
No creías en Dios, o por lo menos nunca me lo dijiste, pero igual una vez por mes, íbamos a la iglesia del Cordón a buscar una bolsita de ropa y comida. Nos llevabas a la escuela, a la placita Varela, y en verano nos rezongabas cuando no nos queríamos ir de la playa Ramírez.
No teníamos un peso, vivíamos en un galpón, pero supimos a tu lado, crecer felices.
Hace más de 15 años los médicos aseguraron varias veces que te quedaba poco, pero siempre fuiste terca y les demostraste que se equivocaban. Ya el último tiempo casi no veías, y apenas escuchabas, pero sentir a tus bisnietos cerca te dibujaba una sonrisa. Y aunque no podías caminar, te las ingeniabas para bajar tres pisos por escalera a jugar a la quiniela.
Al final no me reconocías y me decías “Cacho”, como le decías a ese hermano tuyo que se fue hace tiempo, y con el que espero puedas estar ahora.
Ayer cuando te fui a ver por última vez, pase por ese quiosco donde hacías tus apuestas, y en tu nombre jugué un par de números, algunos de los que siempre seguías, me fue como a vos la mayoría de las veces y no saqué nada.
Hasta luego Ema, o mejor dicho como te dicen mis hijos, “abuela viejita”.
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