25 noviembre 2010

¿Cuál es tú sueño? Yo se el mío.

Me costó un poco sentarme a escribir sobre esta carrera, tal vez porque no fue una carrera más, no solo por ser la más larga que he corrido sino por ser la que más tiempo, casi medio año, estuvo en mi cabeza.
Una vez comenzado el relato, me di cuenta que llevaba 5 hojas escritas, demasiado para no aburrir, así que decidí hacer un recorte e ir directamente a lo importante publicando el capítulo que habla de la carrera.
Para otro momento quedaran las anécdotas del viaje, o las posteriores a la carrera, como la caminata “para aflojar” del día posterior a la K42 que duró 4 horas y media, y merece una crónica aparte.



La Carrera
Los mismos preparativos de tantas veces, la ropa pronta, la vaselina, los pinchazos en los dedos colocando el número.
La riñonera está cargada con geles, bebida isotónica, analgésicos, un resumen del recorrido con los tiempos estimados, y por supuesto la cámara de fotos.
El desayuno es compartido con corredores tensos y distendidos a la vez.
Es temprano, pero ya estamos prontos, la largada es cerca pero hacia allí vamos, queremos estar ahí, sacarnos unas fotos debajo del arco, escuchar la música, sentir el movimiento nervioso de la masa humana que se apronta, cinco meses preparando nuestro cuerpo y nuestra mente, y quedan solo unos minutos.
Todos los corredores en el lugar de largada, apenas veo el reloj con la cuenta regresiva, faltan dos minutos, el helicóptero pasa sobre nosotros, se acelera el pulso, miro al suelo, pienso en los fondos por la rambla las noches de invierno, me acuerdo de unos 21K en Tacuarembó, con subidas y bajadas interminables, recuerdo el primer fondo de 30K que hicimos juntos, y el segundo, que tuve que hacer solo por una puta lesión en tu rodilla.
Falta un minuto, miro el piso por última vez, es ese momento antes de cada carrera que me concentro y agradezco por estar ahí, pienso en mis hijos, el nudo en la garganta se hace más fuerte, saco la bandera uruguaya que anoche doble y guarde en la riñonera, me la dieron ellos para que la llevara conmigo.
10 segundos, se van los nervios, ya está todo dicho y todo hecho, ahora es solo correr, correr y disfrutar. Empezamos a correr, levanto el brazo y extiendo la pequeña bandera, siento un grito de aliento: “Vamo’ Uruguay!”, no soy muy patriota, pero me siento orgulloso de llevarla conmigo y en cada oportunidad que tengo la muestro a las cámaras.
Comienza el recorrido, los primeros kilómetros cuidando mucho las energías, la idea es correr suave, no interesa hacer un buen tiempo, solo llegar y disfrutar el recorrido.
Los kilómetros se van sumando, los atascos de los primeros kilómetros desaparecen pronto y se puede empezar a trotar entre los árboles, cada tanto el ruido del agua se siente fuerte y vuelve a desaparecer, algunos carteles indican los puestos de hidratación y alguna que otra subida, ya en algunos tramos no queda otra que caminar.

El primer cruce importante de agua y mi pie derecho queda totalmente mojado y congelado, tardo algunos minutos en drenar el agua y varios en lograr que el pie entre en calor, seguimos subiendo.


Seguimos subiendo.

Detrás de unos árboles se sienten voces, varios fotógrafos nos retratan con un paisaje espectacular a las espaldas, saco otra vez la bandera y el aliento para los “Yorugas” es más fuerte, subimos un poco más, la vista es espectacular, tengo que parar, sacar una, dos, tres fotos, el señor de la Cruz Roja nos saca a los dos, que carajo importa el tiempo. Estamos casi en la cima del Cerro Belvedere a 1090 metros de altura, van 10k de carrera en casi 1 hora 40 minutos. El cuerpo responde al entrenamiento, el cansancio no aparece.


Empieza la bajada!!!, las piernas no pueden parar, el corazón se acelera, no por el esfuerzo, sino por el disfrute de bajar siguiendo un trillo sinuoso y casi vertical, volvemos a pasar cerca del agua, siempre ruidosa, siempre cristalina, siempre fría.

Veo a mi compañera correr delante de mí después de un mes sin poder trotar, la adrenalina es tanta que el dolor se tolera, está feliz, y yo también.

Continúa la bajada y los cuádriceps empiezan a sentir el golpeteo de la bajada, ¿estaré loco?, hasta ese dolor es disfrutable. Por momentos el terreno es más plano, cada vez más plano, luego de unos kilómetros se convertirá en una interminable subida.

La gente alienta, los fotógrafos hacen la suya, los de la cruz roja preguntan en cada puesto si vas bien, los caminos se transforman en trillos, y los trillos en caminos, casi siempre en subida, esperas un tramo llano para correr un poco, pero los llanos son cortos y siempre terminan en una subida empinada.

K21, empiezo a ver caras desencajadas cerca de mí, ¿cómo pueden estar fundidos y yo me siento tan bien?, escucho a alguno parar y decir que no sigue, yo sé que estoy bien y cada vez más seguro que nada nos detendrá hasta llegar a la meta.

K23, puesto de frutas, nos dan geles y gatorade. Veo gente en el piso acalambrada, fundida, yo no quiero parar, repongo la caramañola, como algo, me tomo el gel, y seguimos.
Comienza una subida constante de 3 km con un ascenso positivo de 520 mts, miró hacia arriba y veo un camino en zigzag de camisetas rojas, todos caminan, se me pasa por la mente trotar un poco, me siento con fuerzas, pero razono y prefiero no matarme y sacar fotos.
Nos lleva unos 40 minutos la bonita subida, los últimos 800 metros en una pendiente de casi 70 grados por arena volcánica suelta, los pies se hunden, un paso a la vez, duele, cansa, cuesta respirar, pero … también se disfruta.

Llegamos a la cima del Cerro Bayo, 1500 metros de altura, nuestros lentos pasos le permiten al fotógrafo de turno, que está muy bien ubicado, sacarnos varias fotos. La nieve está más cerca y hay tiempo para tocarla, tengo 36 años y es la primera vez que puedo hacerlo, me permito esa licencia y por unos segundos vuelvo a ser niño y juego con ella.

Todo lo que sube baja, y de vuelta disfrutamos la bajada, aunque el dolor en los cuádriceps es cada vez más fuerte.


La vista de la Villa es ideal, parece que estamos cerca, pero aún nos quedan más de 10 kms. , casi todo en bajada, pero cada tanto para no perder la costumbre, parece que por gusto, nos encontramos con alguna subida.
(Advertencia: a partir de este momento el grado de dulzura del relato puede resultar perjudicial para diabéticos, siga leyendo bajo su responsabilidad.)
Km 37, no queda nada. Mi compañera se da cuenta, recién en este momento, que va a poder terminar, la miro y bajo sus lentes se asoman algunas lágrimas, siento el impulso de darle un abrazo, pero vaya a saber si por machismo, le digo que si paro y lo hago, es difícil que lleguemos.
Recorremos los últimos trillos, se ve el cartel de los 40K, me siento estupendo, disfruto ese último contacto con el bosque y la montaña, los últimos metros son ya en las calles de la villa, el apoyo de la gente se siente más cerca, vuelvo a sacar la bandera.
Pienso en estos últimos 5 meses, en las carreras que deje de correr, en los amigos que deje de ver, en las cervezas que no tomé, y en las noches que no compartí.
Pienso en mis hijos, en las horas que les robé: ¿”porque corres todos los días?; en los temores que les generé: “tengo miedo que te pase algo”; en las preguntas que respondí: “¿Cuántos son 42km?”
Última curva, escuchamos a un compañero de equipo que grita nuestro nombre y alienta a los uruguayos.
Miro a quién viene a mi lado hace 42km, se que está bien, se que venció al dolor y logro su objetivo. Tomo su mano, “esto lo empezamos juntos, y lo terminamos juntos”
Cruzamos el arco y pasamos bajo el reloj.

6 Horas 33 minutos 33 segundos de tiempo oficial.

© Tubino

1 comentario:

Camila dijo...

Me gusta disfrutar de distintas carreras y si puedo viajo para conocer distintos lugares corriendo. Como alquilo una casa en montevideo en general corro por esa ciudad, pero si me entero de maratones en otras ciudades quiero correr