MARATÓN DE MENDOZA, AGOSTO DE 2004.
Luego de la debacle de Cascallares, decidimos con mi nuevo analista tomar el toro por las astas y dedicarnos de lleno a enfrentar mi problemática relación con el maratón.
La opinión del especialista es que yo tengo un complejo mal resuelto que en el famoso kilómetro treinta se transforma en un complejo edilicio.
Mis diálogos con animales silvestres, conflictos con cantores trágicamente desaparecidos y abducción por seres de otros mundos no serían otra cosa que proyecciones de mi superyó.
Solo basta con ignorar su impulso censor, dejando de lado el yo para focalizar en el ello y mi rendimiento mejorará exponencialmente.
¡Y yo que creía que me faltaba entrenamiento y lo que estaba fallando era la fuerza pulsional del ello!.
Provisto de una renovada confianza, varios libros de autoayuda y la medicación adecuada, me dirigí a acometer la quinta edición del maratón de Mendoza.
Una vez convenidos satisfactoriamente los honorarios pertinentes, decidimos que lo mejor sería estar en permanente contacto telefónico con el terapeuta para ir resolviendo las situaciones que se fueran generando durante el transcurso de la competencia.
El primer escollo fue la negativa de los organizadores a mi petición de correr totalmente desnudo como forma de enfrentar mis inhibiciones. El aspecto positivo de esta negativa fue que pude prender mi número de la musculosa de la manera tradicional ya que las soluciones alternativas eran todas terriblemente preocupantes.
En la largada sentí la angustia de ver como se alejaban mis rivales, mi terapeuta me aclaró que se trataba de mi vieja dificultad de relacionarme con los demás.
Me bloqueaba y los dejaba ir para evitar tener que enfrentarme a ellos.
Estas observaciones me hicieron sentir mejor y me convencieron de que el dinero invertido en mi terapia estaba rindiendo sus frutos.
- ¿Por qué quedo siempre último, doctor?
- Es que usted quiere estar cerca de la ambulancia. La ambulancia es una clara imagen del útero materno.
Usted no puede alejarse del útero, su Edipo se lo impide.
- ¡ Me sale a chumbar un perro, doctor!
- Es la imagen de su padre, que lo quiere alejar de su madre.
- ¡Pero mis padres se separaron cuando yo tenía tres años!
- Caramba Toubes, como van surgiendo cosas en la terapia, lo siento pero ya han pasado los cuarenta minutos, le tengo que cortar, la seguimos el jueves.
- ¡Pero doctor, me faltan como treinta y cinco kilómetros!
- Lo siento, yo le dije que se anote en la prueba integración.
Me cortó la comunicación.
Comencé a sentir frío, me aferré al capó de la ambulancia llorando y gritando: ¡Mamá, mamá!.
El calor del motor me reconfortaba, hacía tiempo que no abrazaba a mi madre.
El chofer de la ambulancia me dijo con rigurosa lógica que mi madre no podía ser una Renault Trafic modelo 2001 ya que yo he nacido evidentemente antes de esa fecha.
Me desprendí de las escobillas del limpiaparabrisas y reinicié la marcha, inmerso en un profundo shock emocional.
Decidí que no debía llegar último, debía demostrar mi madurez como corredor y sobre todo como persona. Hacía bastante frío, me hubiera venido bien ese sobretodo de la frase anterior.
Si bien no había largado desnudo, hay que reconocer que el pantalón corto y la musculosa no abrigan en demasía.
Antes de cumplir los treinta kilómetros pude superar, entre una infinidad de complejos, a cinco de mis adversarios, entre ellos Jorge y Mariano, colegas de elkilometro.com.
Cuando menos lo esperaba, en el kilómetro treinta y siete, Jorge y Mariano, abusando de su abrumadora superioridad numérica dieron cuenta de mí fácilmente.
Afortunadamente llegué a la meta por delante de los tres últimos competidores, quienes arribaron a los pocos minutos, custodiados por la ambulancia.
Cuando me retiraba, me pareció ver que la ambulancia, que estaba estacionada en la vereda de enfrente, me hacía un guiño con la luz de giro. Creo que se sintió orgullosa de mí.
Todo transcurrió en cinco horas, doce minutos e interminables treinta y cinco segundos finales.
Ernesto Toubes.
Extraido de : www.megainformes.com
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